08/01/2020

Cómo se deberían construir hoy las viviendas para soportar el cambio climático en 50 años

Un equipo de investigadores del Conicet estudió los modelos de construcción, el consumo energético y las características geográficas y definieron los lineamientos de la “casa del futuro” ideal.

Algunos, cuando salen a buscar casa o "depto", se deslumbran con detalles de diseño y modernas amenities. Otros aprecian las construcciones más viejas, de 50, 60 o 70 años, con sus paredes anchas, aberturas robustas y amplios cuartos que superan el formato "ratonera". Ahora bien, ¿qué tipo de hogares se construyen hoy? ¿Serán esas viviendas funcionales a las necesidades de las próximas décadas? Un equipo de investigadores del Conicet cree que no. Se pusieron a estudiar las cualidades que deberían tener las casas del futuro, puntualmente qué entenderemos por “hogar ideal” en 2080, y concluyeron que (lejos de la comodidad entendida como un jacuzzi, mobiliario mullido o gavetas amplias color pastel) la casa de nuestros sueños será la que ofrezca confort térmico y nos resguarde del calentamiento global, sin representarnos, por ello, un gasto energético astronómico.

Estos científicos estudiaron diez años el comportamiento del gasto energético en una “casa tipo”. Familia de clase media, cuatro integrantes, 80 metros cuadrados. Después calcularon cuánto más calor hará en 2050 y en 2080, dos modelos climáticos que debieron diseñar. Y cuenta va, cuenta viene, concluyeron cuántos más kilowatts se requerirán para estar más o menos cómodos cuando la temperatura del planeta se eleve. Ahora bien, como la Argentina es un crisol de climas, toda esa simulación la aplicaron a cuatro ciudades del país: Orán, en Salta; Santa Rosa, en La Pampa; y las capitales de Mendoza y Córdoba.

Edificios en Buenos Aires. Dado que la temperatura va subir, la clave es mejorar los diseños arquitectónicos para que refrigerar y calefaccionar los ambientes no represente un consumo energético imposible. Foto: Martín Bonetto

Aleros, parasoles, persianas exteriores, pérgolas con vegetación que caiga en invierno y aflore en verano, aberturas grandes o chicas según el viento, la altura y la región son algunas de las herramientas elementales que habrá que ir implementando, explicaron en el paper “Impacto del cambio climático en el uso de energía y el diseño bioclimático de edificios residenciales en el siglo XXI en Argentina”, publicado este año en la revista especializada Energy and Building.

Gustavo Barea, arquitecto del Instituto de Ambiente, Hábitat y Energía (INAHE-Conicet-Mendoza) y uno de los responsables del trabajo (junto con Silvina Flores Larsen, de INENCO-Salta, y Celina Filippin, de INTA-CR La Pampa) asegura que todo el asunto de la vivienda del futuro se enmarca en “un problema a nivel político, ya que el prototipo de vivienda social suele replicarse en toda la Argentina, sin diferenciación de los climas por región”. A esto se suma un segundo inconveniente, y es que “los cambios climáticos van a producir un aumento en las cargas de enfriamiento, producto de las subas de temperatura y las olas de calor. A su vez, se va a dar una disminución de las cargas de calentamiento para el invierno, lo que va a disminuir las necesidades en esa estación”.

Medidor en la mira

¿Cuánta energía gastamos y cuánta más vamos necesitar? Los números aburren pero son imprescindibles. Hoy, cuando uno quiere refrigerar un ambiente de 20 metros cuadrados, enciende, por ejemplo, un split de 2.200 frigorías. El aparato gasta, cada hora, poco más de 1 kilowatt (kWh). Si se encendiera sólo de noche, unas 7 horas, en un mes serían 210 horas, o sea que el gasto sería de 210 kWh.

En base a que existe “una relación lineal entre el consumo de energía y la temperatura media del aire exterior, tanto en invierno como en verano y para los cuatro sitios estudiados”, luego de observar el consumo energético de viviendas tipo durante una década Barea y compañía concluyeron que “por cada 1°C más en la temperatura exterior promedio mensual de verano, se predice un aumento de aproximadamente 2,2 kWh por metro cuadrado, por mes”.

En español coloquial, para el ambiente de 20 metros cuadrados serán 44 kWh más, con lo que si la temperatura exterior aumentara solamente un grado, el consumo mensual en un mes como enero subiría un 20%. Pero la expectativa obviamente no es ésa sino de más del doble, ya que se espera que en 2080 la suba anual de temperatura (promedio nacional) oscile entre 2,2°C y 3,8°C.

Hay un punto en que toda la ecuación se pone complicada. Ocurre que, como va a hacer más calor todo el año pero cada región tiene sus caprichos (latitud, longitud, relieve, vientos…), en algunas localidades el consumo energético del invierno bajará proporcionalmente más que el alza del termómetro en verano. En esos lugares, el promedio anual de consumo energético va a descender.

Pero eso que parece una excelente noticia, es una falacia: hablar de promedios anuales no refleja la verdadera demanda de energía por estación. Y es precisamente ese escenario, el de miles de personas demandando calefacción o refrigeración en el mismo instante, el que retrotrae al fantasma del blackout, el masivo apagón que en junio alertó a todo el país. Salvo, claro, Ticino, el increíble pueblito cordobés que se salvó del corte de luz por la cáscara del maní. 

 

Las casas de la B

"Los mayores aumentos de temperatura van a ser en primavera y verano, con especial énfasis en el norte del país: ahí las subas de temperaturas máximas van a ser, en las próximas décadas, de 5 a 7 grados… muchísimo. Simulando lo que va a pasar en la ciudad de Córdoba, si hoy la media es de 18 grados, en 2080 va a ser de 22 grados. En Orán hoy tenemos 21 pero en 2080 la media va a ser 26, una gran diferencia”, alertó Barea.

En alusión a quienes desembolsan grandes montos para instalar calderas o colocar doble y hasta triple vidrio en las aberturas, el experto enfatizó: “Se piensa demasiado en los acondicionamientos térmicos para el invierno, pero con estas proyecciones van a tener que pensarse estrategias para el verano”.

Roberto Busnelli es arquitecto, profesor adjunto de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la UBA y vicedecano del Instituto de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de San Martín. Su aporte ofrece una mirada global sobre cómo se construye hoy en el país, algo que resumió con claridad: "Diría que en materia ambiental estamos bastante verdes".

Hace sólo dos meses, Santa Fe se convirtió en la primera provincia del país en establecer por ley un certificado de eficiencia energética para las nuevas viviendas. Mientras la ciudad de Buenos Aires no terminó de reglamentarlo, "la provincia de Buenos Aires tiene vigente un código de construcción sustentable hace varios años, pero algunos distritos no lo cumplen. Ahí se establecen categorías: A, B, C y D, un etiquetado energético -como el de los electrodomésticos- que va de más a menos eficiente”. La letra elegida por el código bonaerense es la B, “un nivel medio de sustentabilidad”, explicó.

El problema, dijo, es que “el 70% del acervo arquitectónico de la provincia no cumple con esa categoría, con lo que hay un trabajo enorme de rehabilitación y reacondicionamiento de las viviendas para conferirles estándares de aislamiento”.

Volviendo a la casa ideal-2080, el término “aislamiento” es clave. Según Busnelli, una vivienda sustentable debería ser una "caja" capaz de aislar a quienes la habitan. Mientras mejor sea su capacidad de aislación, más eficiente y sustentable será, ya que requerirá menos energía para calefaccionarla o refrigerarla.

Un buen modelo lo ofrecen algunos destinos de Alemania: “Igual que en otros países de Europa, las intendencias dan microcréditos para que le agregues aislación a tu casa, por ejemplo, a la terraza. Son programas de rehabilitación energética de viviendas. ¡Imaginate la cantidad de puestos de empleo que da eso!".

Pero los "básicos" que deberían tener las viviendas del futuro no son nada de otro mundo. "Sin contar los beneficios tecnológicos, como podrían ser los paneles fotovoltaicos, es fundamental que los diseños incluyan la colocación de aleros en las ventanas orientadas al norte. Además, parasoles verticales para las fachadas que tengan ventanas orientadas al oeste y este, y pérgolas con vegetación caduca, o sea, que crezca en verano y caiga en invierno", detalló Barea, y agregó que, en detrimento de las tan de moda cortinas blackout, son "fundamentales las persianas exteriores porque así se evitará que los vidrios se calienten y el calor entre al hogar".

 

Busnelli completó la explicación: “En los edificios, los niveles de aislación los dan los elementos envolventes. O sea, el espesor y materiales de fachadas y muros. Un ejemplo típico del incumplimiento de la categoría B son los ladrillos huecos: el código dice que además al ladrillo deberías sumarle otra aislación. Por ejemplo, una capa de poliuretano, o sea, un plástico en la cara interior, que después se cubre con yeso o durlock. Ahí ya tenés un muro compuesto, mucho más que sólo ladrillo hueco”.

¿Una mala? “Como las temperaturas mínimas también van a aumentar, se debe tener mucho cuidado con la estrategia de ventilación nocturna”, advirtió Barea, en referencia a la paulatina desaparición -en especial en el norte del país- del mítico “fresquito nocturno”. Pero hay una estrategia que podría paliar ese cambio, esperanzaron ambos expertos. En palabras de Busnelli, “hay una tecnología en base a energía geotérmica: se colocan unos tubos enterrados en el piso en busca de un aire frío subterráneo que está a 18 o 20 grados. Luego lo forzás para que ingrese a la vivienda. Pero acá es muy incipiente. Son todas estrategias a futuro”.

Autor: Irene Hartmann

Fuente: Clarín